Siempre hay un nuevo comienzo

Día a día, nuestra vida suele transcurrir sin pausas: un flujo continuo de hechos que se producen uno tras otro casi sin requerir de nuestra intervención. Incluso, llega un momento en que pasamos a convencernos de que nuestras intenciones de ningún modo podrían llegar a afectar el curso que estamos emprendiendo. Como si supiéramos que vamos caminando sobre un camino de espinas, directo hacia un abismo, y nuestras piernas no respondieran en lo más mínimo a las súplicas de nuestro interior reclamando un cambio de rumbo.

Esa perspectiva, un tanto desoladora, podría muy bien ser la descripción, a veces más concreta y otras más abstracta, de la relación que tenemos con nuestras propias vidas. Nos consideramos un corcho naufragando a la deriva en un inmenso océano, sin la más mínima posibilidad de definir su propio destino: “esto es lo que me tocó”.

Muy poca es la gente que puede jactarse de tener la vida que siempre soñó tener. Lamentablemente, muy poca. Y, como conclusión, al ver que toda la gente que nos rodea cumple, en mayor o menor medida, con los mismos parámetros, nos resignamos a creer que realmente la felicidad no existe y que estamos condenados a “sobrevivir lo mejor que nos deje la cruel realidad en la que habitamos”.

Inseguridad, presiones, desilusiones, apuros, violencia, celos, desamores, superficialidad, estrés, rutina, luchas raciales o religiosas, dogmas, guerras, anhelos nunca alcanzados, sueños “inconseguibles”… Así es como, tristemente, casi toda la gente (quizás incentivada por los diarios, revistas y noticieros) define al mundo que nos da morada.

¿Es todo eso verdad? Quizás sí, quizás no… Depende… ¿Y por qué “depende” si supuestamente la realidad es la misma para todos? Ahí es, justamente, donde yace el gran concepto equivocado de casi toda la humanidad…

Desde la antigüedad, se lo bautizó con diferentes nombres, pero el que mejor logró transcender hasta nuestra época es uno que utilizamos con excesiva frecuencia: “suerte“. “Qué mala suerte que tengo”, “esa persona tiene demasiada suerte”: así definimos a la realidad cuando no podemos explicar por qué se inclina marcadamente la balanza hacia uno de los lados.

Lo que poca gente sabe es que realmente no somos un corcho a la deriva. Nosotros somos capaces de definir un rumbo, un destino, y caminar hacia él, haciendo que todo a nuestro alrededor nos ayude en el viaje. No importa realmente dónde vivamos, a qué nos dediquemos, o qué edad tengamos. Lo único que importa es que seamos conscientes de que nuestra vida está en nuestras manos, y que siempre, absolutamente siempre, tenemos la posibilidad de cambiar de rumbo; absolutamente siempre puede haber un “nuevo comienzo”.

¿Y qué implica este “nuevo comienzo”? Darnos la oportunidad de hallar un silencio interno, de experimentar la dicha de poder cerrar los ojos sin que nos atormenten las ideas que tuvimos durante el día, las ideas del pasado, las ideas de los otros; de deshacernos de los conceptos que nos atan, que nos condenan, que hacen que nuestra vida sea un laberinto a oscuras donde sólo podemos caminar a tientas, palpando las paredes y sufriendo incontables tropiezos. Con sólo cambiar esa idea, podemos darnos el lujo de prescindir de los pesos que venimos arrastrando, las responsabilidades innecesarias, las compañías que sólo nos tiran abajo, y reanudar nuestro camino libres, como si todo a nuestro alrededor fuera verde y nuestra única “obligación” fuera disfrutar del canto de la brisa.

¿Y podemos llevar esta forma de “disfrutar todo” a nuestra vida actual? Sin duda… Lo único que necesitamos es cambiar la forma de pensar. Dejar de quejarnos por “las desgracias que nos rodean”, por “todo lo que no sale como queremos”, y dedicarnos a disfrutar cada momento. Si vemos que hay cosas que jamás podrían llegar a ser compatibles con esta nueva forma de vivir, sólo será cuestión de dejarlas que se aparten de nuestro camino y permitir que sean reemplazadas por otras más afines a nuestra naciente forma de disfrutar.

¿Nunca notaron que cuando estamos muy convencidos de algo, todo alrededor se encarga de asegurarnos que es 100% verdad? Sea lo que sea… Esto funciona siempre así , y es justamente por esa razón que la verdad no es lo que nadie nos cuente sino lo que nosotros estemos convencidos de que es. Y así va a funcionar nuestro mundo. Así que dejemos de absorber como grabadores las ideas ajenas que nos limitan y condenan, y dediquémonos a fabricar una perspectiva propia de ver la “realidad”, donde sólo haya elementos que nos sirvan para avanzar cada vez más. Las personas o situaciones que no encajen, simplemente nos van a esquivar o van a alejarse. Y, cuando surja algo que no nos esperábamos, podemos aprovecharlo para hacer una pausa y aprender de lo que está tratando de enseñarnos.

Hay momentos que nos empujan a mirar retrospectivamente y a plantearnos si estamos tomando el camino “correcto”: nuestro cumpleaños (o, al menos, cada diez años que cumplimos), una enfermedad que nos hace sentir al borde de la muerte, el fallecimiento de un familiar, el nacimiento de un hijo, mudarnos de casa o incluso esas fiestas que todos festejamos en forma casi automática, como puede ser la de recibir a un nuevo año. Las ocasiones son infinitas. De hecho, podemos tener nuestras propias ocasiones personales a la que les demos la oportunidad de “pausarnos”. Lo único importante es lo siguiente: siempre que nos detenemos, tenemos la opción de cambiar de camino. Y esto no tiene restricciones de ningún tipo. Aplica para todos y en todas las circunstancias.

No interesa cuán sumergidos en el lodo nos veamos, absolutamente siempre hay una forma de salir y, más aún, absolutamente siempre hay un camino esperándonos que supera ampliamente nuestra idea de felicidad. Sólo está aguardando a que dejemos de quejarnos y nos decidamos a transitarlo, libres de preconceptos y con humildad.

Ser felices es posible, sólo tenemos que permitirnos un nuevo comienzo.

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